julio 10, 2020
Heridas emocionales de la infancia
Todos crecemos y construimos vínculos en una familia; allí aprendemos a expresar emociones, recibir y responder a las de otros. De cómo lo aprendamos, depende nuestro bienestar. Cada experiencia moldea nuestra personalidad y comportamiento; los padres son fundamentales, si fallan dejan heridas. Pero es difícil percatarnos que somos afectados por experiencias de la infancia, tendemos a protegernos asumiéndolas superadas, y vivimos minimizándolas para evitar el dolor.
La carencia infantil se traslada a nuestras relaciones, y buscaremos lo que nos faltó, e incluso sin recibirlo, soportaremos abusos para no revivir el dolor de perder. El miedo nos sumerge en la “hipervigilancia” para defendernos. Las personas expuestas a situaciones dañinas cotidianamente, no se percatan pues es su “normalidad”. Pero al crecer con miedo vivimos a la defensiva o necesitamos de alguien buscando seguridad.
En la infancia se generan profundas heridas que nos hacen desarrollar creencias para sobrevivir; y no son pensar que los papás no saben gestionar su ira, sino: “como soy malo, papá y mamá gritan, seré bueno para que me quieran”. Pongámonos en el lugar del niño, los padres son quienes protegen, alimentan y deberían quererle. Pero si no es así y sufre daño físico o emocional, el niño no puede irse.
Las heridas como miedo al abandono, al rechazo, desvalorización, desconfianza, sentimiento de injusticia, influenciarán nuestros sentimientos, decisiones y acciones. Como cualquier herida, si se toca, provoca reacciones exageradas y descontroladas. Entrar en crisis, bloquearse, sentir ansiedad o culpa, querer huir es frecuente, y ponemos en práctica las estrategias aprendidas de niños.
Ejemplo: una persona le dice a su pareja que necesita recibir algo diferente, esta le dice “no puedo”. Si esa persona fue abandonada de niño, no querrá volver a sufrir, su emoción condicionará sus decisiones, poniendo en práctica las estrategias aprendidas: puede aferrarse a su pareja aceptando sus términos así no le satisfagan, tratará de enmendar lo que cree hizo mal, para que no le dejen, o rompe la relación antes que lo dejen.
Superarlo requiere trabajo personal, constancia, y ayuda profesional. Es importante hacer conciencia sobre cuál es nuestro “nudo” y cómo reaccionamos a situaciones que nos movilizan. Entendamos nuestros nudos y hagamos consiente las creencias construidas para sobrevivir.
Reaprender nuevas formas de responder es esencial; necesitamos volver sobre nuestros recuerdos, reprocesarlos para reinterpretarlos. Imaginemos al niño que fuimos, conectémonos con sus sentimientos, hagámonos cargo de él y preguntémonos, ¿Qué necesitaba? Confiemos en nuestras capacidades para hacernos cargo de nosotros y para relacionarnos.
Al ser padres es vital reflexionar sobre cómo nos acercamos a nuestro niño, qué relación queremos construir, si satisfacemos sus necesidades y si le brindamos la seguridad que necesita. Conociendo las repercusiones de cómo criamos a largo plazo, tenemos la responsabilidad de ser la mejor representación de nosotros mismos en la tarea más importante de nuestras vidas.
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